Por Rebecca Linder Blachly
¡Levanta la voz por los que no tienen voz!
¡Defiende los derechos de los desposeídos!
¡Levanta la voz, y hazles justicia!
¡Defiende a los pobres y necesitados! (Proverbios 31: 8-9)
En estos 40 días de Cuaresma, muchos de nosotros miramos hacia adentro: buscamos profundizar nuestras prácticas de oración contemplativa, para revitalizar nuestra adoración, para leer y meditar sobre el significado de la santa Palabra de Dios. De hecho, todos estamos llamados a renovar nuestro arrepentimiento y nuestra fe; cuando oramos pedimos: “No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu”. (Salmo 51:11)
Para aquellos de nosotros que también entendemos nuestro ministerio como testigo público, ¿qué significado particular tiene esta temporada de ayuno y penitencia para nosotros? ¿Cómo podemos – y cómo debemos – integrar nuestro ayuno y autodisciplina en el trabajo que nos sentimos llamados a hacer en el mundo?
El trabajo aparentemente exterior de un testigo público no tiene que estar separado de la obra interior de la oración tranquila y del autoexamen. En el arrepentimiento, examinamos nuestros corazones y nuestras conciencias con la esperanza de que podamos avanzar transformados y renovados. Nuestra defensa empieza desde ese lugar de arrepentimiento, perdón y renovación, y de ahí salimos al mundo, transformados y transformando, llamando a nuestra sociedad a cuidar a aquellos que padecen de hambre, a los enfermos y a los prisioneros. Nos sostenemos en y por medio de nuestro trabajo interior. Efesios 2:8 nos dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.
Llegamos a este trabajo con humildad, sabiendo que vivimos en un mundo que es redimido por Cristo y no por nuestros propios esfuerzos. La abogacía en su mejor momento puede hacer frente a grandes injusticias sistémicas: protegiendo a los más vulnerables de la sociedad, respondiendo al llamado de los Profetas: “aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1:17). Debemos luchar por la justicia, aun cuando sabemos que vivimos en un mundo que está dolido y roto. Sabemos que nuestra fe debe estar con Dios, y no en ilusiones sobre nuestra propia fuerza o poder.
Abogar es un camino entre muchos para responder al llamado de justicia y amor que encontramos en las Escrituras. Trabajamos junto a aquellos que viven el evangelio en sus comunidades: alimentando a las personas sin hogar en comedores populares, visitando a los encarcelados y sus familias, y dando la bienvenida a los refugiados en sus comunidades. No estamos solos en este trabajo y nos esforzamos por servir como testigos mientras abogamos por políticas y leyes más justas, aun cuando reconozcamos la complejidad y la variedad de puntos de vista. Nosotros damos testimonio, sabiendo que el resultado es el reino de Dios.
Rebecca Linder Blachly es directora de relaciones gubernamentales para la Iglesia Episcopal.